
La bañista con gafas de sol
Cuenta la leyenda ―medieval, como toda buena leyenda― que durante un fin de semana mediado julio, cuando el estío es más placentero, en la cúpula del cielo las estrellas se visten con mallas negras y sombreros de copa, se abrazan por los hombros formando a chorus line y levantan las piernas al unísono ora a la izquierda, ora a la derecha, entonando un blues melodioso y celestial a eso del ocaso, de guisa que cuando suena el último guitarrazo se produce un calambre en toda la línea, vuela al aire un enjambre de sobreros de copa y con la reverencia los focos del firmamento, manejados por ángeles negros, se vuelven todos a una hacia el monte del Castañar, ese olimpo en el punto geométrico de la Tierra donde, caída la noche, se desata el trompeterío de los grandes acontecimientos, el círculo de luz alumbra el escenario de los sueños y danzan en aquelarre musical todos los fibbersadoctriados en el mejor blues de los siglos. Cuenta la leyenda que esa conjunción de signos es el anuncio de que un verano más comienza el Festival Internacional de Blues de Castilla y León en Béjar, corazón del Mississippi.
Cuenta otra leyenda ―hay quien la tilda de fake new, como toda buena leyenda― que algunos peregrinos del blues, desorientados entre los castaños del monte, fueron a dar a un museo que veneraba a un recio blusero de nombre Mateo, que en los noches calurosas de París cuando era joven solía tomarse un pastís marsellés en aquellos primeros nightclubs de Montmartre donde quintetos de músicos negros venidos de América vertían al francés ―Laisssez les bonstempsrouler― los boogies de Louis Jordan. Y cierto era que por las estancias del museo se oían los arpegios de una guitarra y los solos de un saxo, sin que tuvieran certeza de dónde provenía tan agradable ritmo, por lo que arropados tras un mechero en la oscuridad furtiva descubrieron con sorpresa que los artistas no eran otros que un grupo de animales ―una gacela, un marabú, una otaria, una pantera de Java, un tapir, una leona y un simpático pingüino, que dirigía con batuta― que chascaban los dedos a la de una y hacían voces a capella detrás de una esbelta bañistacon gafas de sol que con voz aguardentosa y los ojos cerrados entonaba Little Red Rooster.
En fin, seguro que cuando termine esta nueva edición del festival de blues de Béjar lo que reste del verano será tan solo un correr de boca en boca entre los fibbers vueltos a sus madrigueras de otra nueva leyenda ―guasapeada, como toda buena leyenda― surgida al calor de las noches de blues del Castañar.