El Fibber 2024 / Éramos unos críos


Éramos unos críos

La imagen de sí mismo repetida como en un caleidoscopio se le vino a la cabeza en cuanto que pasó los filtros de la puerta grande de la plaza de toros y entró al albero, mirando de soslayo al escenario, luego a la barra de supervivencia y por último al tendido donde los más madrugadores aguardaban entretenidos en amena conversación sentados en grupos, como senadores de la antigua Roma esperando el momento en que aparecieran sobre la tribuna los oradores que iban a defender la república del blues: éramos unos críos —se dijo— cuando cruzamos esa puerta hace veinticinco años por primera vez y aunque hayan pasado veinticinco años seguimos siendo unos críos de veinticinco años veinticinco años después. Los mismos críos que año tras año, veinticinco veces, hemos vuelto a buscar sitio en las gradas para ver a los generales en su carro triunfal asomándose al borde del escenario con un técnico de sonido que a su espalda le sujeta a un palmo sobre la cabeza la corona de laurel mientras le dice al oído: “Recuerda que eres inmortal”.

Al atardecer, cuando el Sol fatigado cede el trono de los cielos y la Peña de Francia fulge al fondo, el veinticinco veces invencible ejército de los fibbers de todos los pelajes y procedencias, reclutado por veteranos invictos en mil batallas contra las hordas del reguetón, el tecnopop o los triunfitos, se apresta al pie del escenario, la espada en el cinto, el vaso de cerveza en la mano, la cabeza alta y los pies listos para patear contra la arena los himnos de las doce notas al ritmo de los atabales, las trompetas y el murmullo litúrgico del órgano eléctrico envolviéndolo todo, brazos al cielo, melenas al viento, crujidos de rótulas, móviles encendidos, aplausos con el vaso de plástico entre los dientes all night long!, hasta las tantas, cuando la Luna bosteza sobre el Castañar y pide la rebequita.

Luego, buscando una almohada donde guardar todas las imágenes antes de que se disipen en la memoria, volverán los fibbers a sus cuarteles de invierno, cruzarán el Misisipi por la A-66, se dispersarán por las llanuras y las montañas, dejarán la lanza en el astillero, la adarga contra la pared, el rocín flaco en el establo y el galgo corredor en su cojín y murmurarán frente al fuego del hogar durante las largas noches invernales: “El año que viene, seguiremos siendo unos críos”.

 

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