Quién me iba a decir a mí que iba a acabar siendo negro.
Todo empezó un poco a lo tonto, sin darme cuenta. Fue en los conciertos de La Alquitara, allá en otro tiempo que ya no me pertenece, donde sobre el escenario caían rayos y centellas musicales que venían de algún otro mundo desconocido en los alrededores, tormentas de colores de las que habíamos oído hablar a gente que pasaba por aquí procedente de ciudades lejanas, como Madrid, por ejemplo.
En fin, sábado a sábado se me fue haciendo hueco entre las carnes un embrión que no ocupaba sitio pero que iba ganando órganos, músculos, venas y demás aparataje que habita dentro de uno, haciéndose con el terreno conquistado y acomodándose como si fuera suyo. Empezó a dejarse ver a ojos externos en las palmas de las manos, en el ritmo involuntario en los pies o en el cimbreo constante del esqueleto y la cintura.
Fue hace ya veinticinco años, que se dice pronto, cuando el negro que llevaba dentro comenzó a ganar la partida, mostrarse sin tapujos y a plena luz de la noche. El completo cambio de piel y de alma se fue produciendo en la plaza de toros del Castañar, allá arriba junto a las estrellas, cada noche en que se celebraba alguna jornada del Festival Internacional de Blues de Castilla y León, en el templo de Béjar, entre los castaños que quedan a la vera del Misisipí, donde una guitarra y una armónica como un bisturí iban operando a lo suyo, metiendo el blues en las raíces del corazón, desde donde, como bien se sabe, florece todo lo que merece la pena. De verano en verano, noche a noche, durante dos décadas y media que se cumplen ahora, como quien dice ayer y sin embargo toda una vida y todo un viaje, los doce compases me fueron volviendo el negro que soy por obra y gracia de la música que emigró de Chicago a Béjar, como apuntó una vez Elliott Murphy, a esta isla hermosa entre el desierto de Castilla y el erial de Extremadura, que cantó en verso el poeta de Frades sin tener la más mínima idea de que acabaría siendo la meca del blues a este lado del Atlántico.
Veinticinco años no son nada, que decía el negro Gardel, así que aquí seguimos acudiendo una vez más, por los siglos de los siglos, los negros que venimos de todas partes cada uno con una guitarra y una armónica, para celebrar que el blues está entre nosotros.
Enhorabuena a todos. Bienvenidos.