El fibber 2015 / Allnight long!


 

ALLNIGHT LONG!

 

El FIBB (Festival Internacional de Blues de Béjar) está en 2015 en sazón, hecho ya un chaval: cumple dieciséis años y parece que fue ayer cuando dio los tres primeros acordes, con el siglo cambiando de números. Por el cielo de la plaza de toros del Castañar han pasado todas las estrellas, que los fiberos hemos contemplado con una cerveza en la mano y el compás en las rodillas, tarareando en inglés universal los estribillos de las más conocidas plegarias negras: AllNight Long!, AllNight Long! AllNight Long! Una luna llena de blues se ha quedado clavada sobre el Calvitero, asomándose como el foco que alumbra la isla donde los náufragos del Misisipí hemos ido a varar los restos del pecio, encantados de la vida de que por un par de noches nadie nos encuentre.

Con un gladiolo en la cabellera y las piernas cruzadas, una dama vestida de blanco observa el ir y venir danzón y bullanguero de unos y otros, sentada en una silla de plástico en la que, más que reposar, parece que levita. Vista en la media distancia, se ve que sus labios musitan ajenos a los truenos de un trío de metales que gruñe en las columnas negras de altavoces, como si ensayara alguna de sus baladas, tal vez What a Little Moonlight Can Do. Acaba de cumplir cien años AllNight Long!   y lo celebra con una pera―extraña fruta― y una ginebra sin hielo. Daría todo lo que lleva en el bolso por subir al escenario, pedir un poco de silencio y entonar TheWayYou Look Tonight para los enamorados que se esconden en las sombras de las gradas de piedra.

Durante muchos siglos Béjar no apareció en los mapas que se iban haciendo, seguramente por un conjuro que tenga que ver con los poderes de las ovejas merinas, que balaban a coro meneando sus vellones. Luego, cuando los cartógrafos la encontraron, la pintaron exactamente en el lugar que le corresponde: a las afueras de Chicago, según se sale por la A-66 como bien sabe cualquier avezado del blues. Es una isla verde con playas adornadas de castaños que solamente existe durante dos noches. Tiene su mérito y su enjundia nadar hasta ella y luego regresar al mundo con una sonrisa, como si nada hubiera pasado, pero cargados de blues hasta las pestañas. Bien lo saben los fiberos, leales compadres de la farra blusera, que no se pierden una ni así los aten al mástil del navío que pasa de largo. Lástima que B. B. King se haya ido por ahí sin antes haberse levantado de la silla para hacer una reverencia de caballero a los fiberos bejaranos, un público maestro donde los haya. Tal para cual.

 

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